Daniel Callori
Obra reciente
16 de agosto al 14 de septiembre de 2017
Texto curatorial
La llegada al taller de Daniel Callori no es algo que sucede de golpe, de manera repentina. No se trata sólo de atravesar una o dos puertas. Hay que llegar al barrio porteño de Montserrat y a mitad de cuadra en la calle Moreno entre Salta y Lima está el número indicado. Apenas se ha cerrado la puerta detrás de uno, se debe emprender el ascenso de una alta escalera, son muchos los peldaños. Una vez arriba, y luego de varios pasos a través de un corredor, a la izquierda y con orientación hacia la calle, se abre la puerta donde espera el artista. Un breve paso por la cocina y luego está la sala taller. Allí hay caballetes que sostienen algunas telas terminadas, otras en proceso, y la curiosidad de ver como son las últimas obras del artista en plena producción. Una constante: los colores variados y siempre con presencia elocuente. Pero, uno no puede sustraerse a las características del espacio. No se han dado muchos pasos y ya se está en el centro de la habitación. La altura del cielo raso lleva a mirar hacia arriba, hacia la decidida verticalidad del recinto que sugiere que la construcción tiene muchos años en consonancia con los metros verticales. Daniel arriesga que Juan Manuel de Rosas tuvo algo que ver en la zona. Por lo tanto, serían casi doscientos años.
Los pisos son de pinotea, las puertas-ventana abiertas de par en par, aunque ya es invierno, se abren a un balcón con pequeñas plantas. Y, la mirada es arrebatada de inmediato. Allí surge la imagen absolutamente pregnante de la cúpula de la iglesia de la Virgen de Montserrat que está a una cuadra de distancia, enmarcada por el vano de las puertas. Nada se interpone en la vista entre el antiguo taller en primer piso y la bóveda que está a una distancia de al menos sesenta metros. Es inevitable quedar arrebatado por la perspectiva. A esto, se agrega un dato particular de algo que sucede con esa cúpula, y es que no se la ve desde el otro lado, desde el frente del edificio que da a la avenida Belgrano, donde están las puertas de la iglesia y el ingreso. Y, este edificio histórico da nombre al barrio. La bóveda o domo, en general, es una forma universal que atrae a todos, y que la simbología de las tradiciones afirme que esa forma se identifica con el cielo parece algo que no podría ser de otra manera.
Daniel Callori está identificado con el barrio y en distintos talleres de la zona, aunque no de manera única, ha desarrollado su obra a lo largo de muchos años. Al menos, se han cumplido diez desde que tomamos contacto por primera vez con su obra, y resulta inevitable pensar en la perspectiva de ese tiempo y en su desarrollo de los últimos años al cual le sigue su producción reciente.
Sin embargo, este breve relato introductorio que nos acerca al lugar de trabajo del artista no tiene por objetivo ninguna cuestión anecdótica, sino más bien ir en busca de una mirada simbólica sobre la obra reciente del artista y referida, en especial, a la selección de obras para su exposición de la nueva producción en Otto, galería de arte. El conjunto reúne cuatro grupos de telas de tamaños medianos y chicos. Algunos son dípticos, en los cuales la conjunción de los colores es osada, por su variedad y hasta disonancia. Otro grupo reúne a aquellas en las cuales la combinación de rojos y negros es protagónica, otro se halla en un lugar intermedio, y luego, los papeles, que a escala observan procedimientos similares.
Callori ha transitado el camino de la abstracción en pintura de una manera muy personal. Y, aquí se plantea una pregunta, que es si el artista recorre una línea de esa tendencia por decisión deliberada o porque llegó a ella a través de un juego experimental, no exento de un origen extraartístico, puesto en práctica muchos años atrás. Para aquellos que no lo conocen, sus pinturas no comienzan en la tela, sino antes. El artista es fiel a este método que su tekné tomó prestado al laboratorio científico. Se trata de verter gotas de pintura de colores diversos, escogidos de manera expresa por él, y ubicarlas entre dos vidrios portaobjetos.
Con este experimento el artista va en busca de la imagen y la mezcla cromática que él mismo, en colaboración con el azar, dispusieron. A continuación traslada esa imagen, que es el germen de la obra final, amplificando sus proporciones a la tela, y a partir de ella continúa su trabajo.
El relato del método va encontrando un hilo conductor entrelazado también con el sentido de la obra. El recurso de laboratorio remite a la racionalidad de la ciencia y el encuentro con el resultado augura una gran cuota de azar.
De manera paralela, la elección de los colores posee una gran importancia en su proceso creativo. El artista se planta frente al círculo cromático con libertad de elección absoluta. Toda combinación es posible, de la estridencia a la armonía. Sin embargo, su amplia apertura conceptual incluye también las variadas combinaciones entre rojos y rojos, y rojos y negros, de gran protagonismo en esta exposición.
Y, en este conjunto de obras, parece resonar el surgimiento del Orfismo en la Europa de 1912, idea de Apollinaire de agrupar algunos artistas bajo esta denominación. Se trataba de un modo de hacer arte que no necesitaba tener un tema sino apoyarse en la forma y el color para comunicar sentido y emoción, tal como Orfeo lo había logrado con las formas puras de la música. El paralelismo refiere más al método, que a los resultados. En busca de parentescos con la obra de nuestro artista, se puede sugerir también al expresionismo abstracto, sobre todo el norteamericano. En algún sendero entre la intención de la pintura gestual y la ‘colour field painting’ históricas, estas obras encuentran su genealogía. No se olvida que Mark Rothko tuvo antes de 1947 una fase surrealista y biomórfica.
Callori reconoce todavía en su procedimiento esa primera operación azarosa como punto de partida de las telas de esta exposición. Sin embargo, sólo como inicio, ya que en su mayoría han sido profusamente intervenidas a posteriori. Se trata de una acción de ejecución por etapas. Son superposiciones de pintura sobre pintura, nuevas formas, algunas semejan sombras que se han soltado de su cuerpo original, gestos a la manera de barridos en transparencia (pinceleta), suma de otros colores, intensidades, que el artista va graduando en el devenir del proceso mismo, en permanente recreación. Finalmente, parece adivinarse un arquetipo a modo de trama en varias de las piezas. Y, al decir trama, sugerimos la relación con lo textil. Algunas obras se asemejan a textiles orientales y de otras procedencias.
Método científico, azar, tiempo, ritmo, silencio, disonancias de color o consonancias y confluencias. Sin embargo, se entreve algo más. Se trata de estados de consciencia más que de alusiones al mundo externo. La obra de Daniel Callori posee una virtud dinámica, que se relaciona, en sentido positivo, con la subjetividad de la época presente. En inglés la palabra es consciousness, que podría referir a otorgarle una materialidad, tal vez, orgánica a la consciencia, personal y colectiva. El destino y el azar dispusieron que Daniel Callori sea artista y pintor, por lo tanto, esa consciencia se materializa en su pintura. Y, a través de ella la comunica.
Coda. Ese ser consciente de la consciencia a través del arte, en primera instancia es una experiencia individual. Sin embargo, ese tránsito a través del arte, que es tanto temporal como de todos los tiempos, vuelve a la consciencia en colectiva a gran escala. Aquí, se puede retomar la referencia de la aparición de la cúpula en el centro de la vista del taller del artista. La bóveda, que es también una forma artística y de sentido antropológico, es una de las formas culturales y tradicionales más universales de todos los tiempos. Y, esto subyace en la obra de Callori.
Mercedes Casanegra
Agosto, 2017