Ackerman / Sisso / Köhler
Oculto a simple vista
15 de mayo al 19 de junio de 2024
Curador: Eduardo Stupía
Texto curatorial
La necesidad, la obsesión de encontrar el procedimiento que permitiera obtener la imagen más fidedigna posible de las infinitas figuras y formas del mundo, y que resultara de tal modo superadora de lo que era, hasta entonces, la hegemonía representacional de la pintura, concluyó en el singular fenómeno de que dos inventos incipientemente fotográficos aparecieran de manera casi simultánea en Francia e Inglaterra en el año 1839. Se trataba del daguerrotipo de Louis-Jacques-Mandé Daguerre y el negativo-positivo de William Henry Fox Talbot, y sus asombrosos primeros resultados iban a darle a la ontología de la fotografía, como no podía ser de otra manera, una relación absoluta y fundacional con la mímesis, es decir, con la reproducción, inscripta en determinados soportes y formatos, de aquel elemento del mundo que hubiera merecido ser objeto de la toma. A tal punto que aún hoy, en medio de las revoluciones tecnológicas, de la productividad aluvional de imágenes de los más diversos orígenes, y de la profusa experimentalidad de las poéticas que generan toda una semiótica de la imagen fotográfica sin la toma, todavía nos sentimos proclives a sentir, a pensar que, cuando hay foto, hay mundo. Un mundo donde está, o estuvo, eso que muestra la imagen fotográfica.
Los tres artistas fotógrafos que integran esta muestra parecen proponer en ella un umbral enunciativo que hace trastabillar precisamente las certezas duales, al menos en lo que tiene que ver con los ordenamientos a los que suele conducirnos la percepción. Ninguna de las piezas que presentan podríacatalogarse fácilmente dentro del campo de la foto como referencia, dato, evidencia o documento, y a la vez se resisten a ser etiquetadas como invención, alusión, elipsis, o mera abstracción. Algo en ellas es fanáticamente material, táctil, evidente, y genera un impulso referencial, que corre parejo con una atracción inmediata, casi física. A la vez, singularmente, esa propulsión tan explícita impone sin embargo una sensación de pura incertidumbre; una cualidad indefinible las cubre como un velo estratégico, algo renuente a la empatía inmediata, a que podamos establecer siquiera un diálogo imaginario que no sea el de la duda, la interrogación; en el mejor de los casos, la conjetura.
Sin abandonar su infatigable espíritu nómade, DANIEL ACKERMAN ha dejado de ser ese viajero y caminante de paisajes y territorios, tanto autóctonos como foráneos, para probarse el ropaje de un peculiar transeúnte con mirada invariablemente sensitiva, aunque ahora de atención más circunscripta, atraído por aquello prolijamente anónimo, un testigo que se detiene absorto ante lo que nadie ve, ante eso que no le importa a (casi) nadie. Según la adopción de un punto de vista rigurosamente geométrico y de un foco casi caligráfico, sus bidimensionales yacimientos de superficie se expanden en elegante aspereza, entre el ensayo lírico vocacionalmente informalista, la fragmentación terminal de un espacio epidérmico y el simulacro cartográfico.
MARTIN KÖHLER es también a su manera un materialista del detalle, entendido éste no como la ampliación de algo minúsculo sino como el recorte aplicado sobre un sistema mayor. Maleables corporeidades hechas de texturas y opacidades magnéticas parecen agitarse en la silenciosa sem ipenumbra de una atmósfera con velados destellos y sombras satinadas. Una fuerza centrípeta sumerge la mirada en la metalizada, críptica foresta de especímenes híbridos, con sintéticos miembros de volubles musculaturas, rebatidas en dobleces y pliegues en pugna. Señales indescriptibles de una metafórica arqueología se exhiben como los restos de hallazgos desconocidos, bajo la luz escrutadora de un imaginario laboratorio, con la abismal persistencia de lo indescriptible.
Las totémicas estructuras de DAVID SISSO se alzan en vibrante simbiosis con la verticalidad del plano, ya sea acomodadas en el simulacro compositivo de un espacio que es tan verosímil como artificial, ya sea insinuándose como piezas elegantemente articuladas sobre un tablero planimétrico. Su aspecto de presuntas máquinas-herramientas es apenas un transitorio reflejo referencial; enseguida se camouflan como mecanismos cuya eficacia funcional sólo existe en tanto ficción puramente visual, entre el absurdo y la lógica constructiva. Un verano colorístico enciende la palpitación de estos herméticos puzzles, cuasi maquetas de proyectos que algún utópico inventor pudo haber imaginado; tan perfectas en la imagen como perfectamente irrealizables.
Eduardo Stupía, abril 2024