María Bayá / Cintia Cuesta / Corina van Marrewijck
Papel protagónico – Cuando los medios son los fines
22 de junio al 7 de septiembre de 2023
Curadores: Eduardo Stupía e Irene Gelfman
Texto curatorial
En la vida doméstica o pública, en los consumos masivos o minúsculos, en el ocio y el trabajo, en la burocracia y en la industrialidad, ahí está el papel, como un protagonista de mil caras y formatos, tan común y corriente que de repente es “invisible de habitual”, como Borges decía de algunas calles, aunque se hace catastrófica su ausencia cuando, por alguna razón, falta.
A la vez, en el arte se lo considera soporte y, por ende, se percibe al papel como hipotéticamente neutral para recibir en su cuerpo las acciones del lenguaje, salvo en lo que hace a las señales que emiten sus cualidades corpóreas – el grano, la tonalidad, la opacidad, el brillo – o bien cuando se decide que aparezca e intervenga en los silencios e intersticios de todo aquello que sobre él se extienda.
Pero también, y de manera muy crucial, existen las llamadas “artes del papel”, muchas de ellas relativamente arcaicas, que involucran factores tan trascendentes y singulares como la ingeniería manual, la poética objetual, el ornamento, el diseño ambiental, la prestidigitación, la maqueta, la miniatura.
Las tres artistas que ahora presentamos pueden perfectamente ser leídas según su eventual pertenencia a esa clasificación, y a la vez se proyectan fuera de ella con llamativa autonomía. Si bien María Bayá, Cintia Cuesta y Corina van Marrewijk toman al papel como materia central e íntimamente constitutiva de sus imaginativas operaciones, el protagonismo que le proponen es casi alquímico; así como se interiorizan perceptivamente de sus cualidades y condiciones epidérmicas, corpóreas, cromáticas, en seguida lo someten amorosamente a una suerte de metamorfosis programática, para que el papel, aún en su especificidad visible, se abandone y entregue su intrínseca plasticidad y volubilidad a las manipulaciones silenciosas y secretas, o bien sonoras y expansivas, que convertirán coyunturalmente su sustentable fisonomía en la prolífica diversidad de novedosos ropajes.
María Bayá establece una base bidimensional fotográfica apelando a la caligráfica nitidez óptica de la tecnología digital, deteniéndose tanto en el registro de precisión detallista como en el efecto – al mismo tiempo cinético y lumínico – del follaje en congelado movimiento. Sobre esas sensitivas superficies, y delicadamente aplicada al ejercicio primoroso del bordado a mano, la artista inscribe las evoluciones lineales de texturas que se desplazan correntosas o se circunscriben en la contenida delimitación de segmentos geométricos, a veces como sintéticos trazados de pequeños ramajes y foliaciones, a veces más cercanos a la abstracción pura. Al intervenir la homogeneidad del soporte, el perfecto contrapunto rítmico y gramatical que se establece entre la quirúrgica imbricación de la puntada y el hilo, y la predominancia representativa del motivo de base, diluye las fronteras categóricas entre uno y otro campo sin que éstos se desvirtúen ni desmientan, apuntando a la fértil presencia sincrónica de dos tiempos contrapuestos: la instantánea inmediatez de la toma que registra y la laboriosa lentitud de la mano que borda.
Cintia Cuesta se aboca al dinámico rigor de una insistente grilla reticular cuyas células ortogonales, desde las más reducidas hasta las más extendidas, exhiben la rara característica de carecer de trazo visible en su minúscula definición perimetral, manifestándose exclusivamente a través del calado o de las sutiles marcas volumétricas del gofrado. Evanescentes resonancias arquitectónicas, que bien pueden ser vistas tanto como improvisaciones de citas proyectuales o metafóricas versiones de fachadas edilicias, se hacen fantasmales en el blanco algodonoso del papel de algodón, y palpables en la sanguínea vibración del rojo. Otras sistemáticas operaciones de corte y encastre aluden al canon modernista/constructivo, según la atemperada confluencia rítmica de planos delimitados por filosas diagonales, tanto en las instancias de relaciones figurales más escuetas, como en las superficies que se vuelven delicadamente táctiles gracias a los rigurosos tramados cuadrangulares. Todo el conjunto se sostiene en los términos del diálogo silencioso entre el pliegue y el hueco, la luz y la sombra, lo visible y lo ausente.
Corina van Marrewijk pone en práctica una muy estrecha conciliación entre el fervor naturalista y las preciosistas aptitudes de su riguroso oficio manual para hacer germinar, en estricta fidelidad a la tipología botánica, los ejemplares de una armoniosa flora artificial. A la vez, resulta paradójico que, aquí, sea precisamente el artificio la vía de acceso a la presencial verdad de una existencia mimética, alternativa, que disputa palmo a palmo, aunque sea fugazmente, la contundencia de la vida orgánica y sus certidumbres. van Marrewijk corta, pliega, modela, ensambla, articula y pinta el papel, con el cual confiesa conectarse en un grado de absoluta intimidad, y es quizás esa misma familiaridad la que la convierte en una virtual médium, la chamánica responsable de que la celulosa vegetal originaria retorne ahora transfigurada justamente bajo la forma de escultóricas flores y plantas, elaboradas con esa dúctil materia prima. En esta pragmática oscilación estratégica de realidades y apariencias, la hipotética dicotomía moralista de lo que es falso y lo que es auténtico queda convertida en pura decisión conceptual.
Eduardo Stupía
Mayo de 2023