Hernán Cédola
Algunos retratos y una naturaleza muerta
20 de marzo al 25 de abril de 2019
Texto curatorial
Unos días atrás pasé cerca del museo K20 y volví a entrar para ver las dos pinturas de Francis Bacon que tiene espacialmente colgadas. Es la quinta vez que voy a verlas. El cuadro de la izquierda pertenece a la seria de hombres de azul. El otro es una de sus pinturas donde una bestia con indicios humanos acapara el centro del plano en medio de una habitación indefinida que simula contenerlo, o expulsarlo.
Las espesas y sucias pinceladas se van descubriendo en una mirada tardía, es necesario permanecer largo tiempo y varias ocasiones para atravesar la pintura o en el mejor de los casos sea la pintura quien nos penetre. Así lo hice y así lo hago siempre, pero con pocos, Bacon es uno de ellos, Van Gogh entre otros, Macció mas próximo. No puedo escapar del misterio que generan, hay una intriga de conocer.
Estuve más de una hora y media observando la pintura, desde cerca, más lejos, media distancia. El seguridad de la sala (por protocolo) me dirigió varias veces la mirada acompañado de gestos como pidiendo que mantuviera distancia -“es que hay cámaras y si ven que no le pido que tome distancia me pueden llamar la atención” me dijo luego al acercarse como poniéndose de mi lado- comprendiendo que no era yo alguien que fuese cometer una imprudencia. ¡Y desde luego! Cómo no querer observar obsesivamente una pintura y sobre todo a una de Bacon, cómo comprender su totalidad si no observamos en detalle sus intervalos menores. Desarrollar lo que Benjamín sostuvo, una mirada microscópica.
Los detalles habitan sobre aquello que los contiene.
El primer encuentro se resume en una mirada precaria, uno solo se contenta con aquello que imagina ver. Luego la no forma se desdibuja, un vestigio de lo humano, más cercano a una figura bestial que solemos maquillar en collages civilizados. En ese empaste de pintura sucia, lleno de pelusas, tierra y mugre perfectamente adecuados se manifiesta la sórdida imagen que estorba la cuidada estética que preferimos sostener los mortales. No hay escapatoria a las verdades atroces que nos componen.
Aquí es donde más se comprende aquello que Morton Feldman nos habla acerca de la diferencia entre la superficie de un pintor y un compositor, donde el compositor de algo imaginario compone algo real, la nota. En cambio el pintor de algo real, la pintura, compone algo imaginario. Una ilusión.
¿Acaso esa ilusión de Bacon, nos enfrenta a una parte de nosotros que no sabemos precisar? Una imagen, que es la ilusión de estar viendo aquello que nunca veremos en verdad, pero nos usurpa.
Hernán Cédola
Anotaciones de Düsseldorf, 14 de abril de 2015