Juan Andrés Videla, Pintura

Juan Andrés Videla

Pintura
9 de noviembre al 7 de diciembre de 2016
Texto curatorial

Con su acostumbrada solvencia y una sensibilidad siempre vibrante, Juan Andrés Videla se apoya en el cánon de una fuerte tradición pictórica para convertir, una vez más, esa fidelidad vocacional en una infatigable operación reflexiva. El artista propone que su pintura vuelva constantemente sobre si misma en pos de revisar su carácter de artificio, sin dejar de hacer de ella una delicada herramienta de representación.

A la vez, en Videla esa representación es paradojal. La deliberada volubilidad de los modos pictóricos, la decisión técnica, pero mucho más anímica y filosófica, de ejecutar con un tratamiento un tanto impreciso, tembloroso y borroneado los contornos, los volúmenes, la presencia constatable de las cosas, hace que esas cosas aparezcan con la corporeidad estricta, necesaria, aunque nunca suficiente.

El espectáculo objetual, territorial y escénico, sucede en términos provisorios. Videla se dedica con oficio de refinado naturalista a pintar la evidencia física, táctil y palpable de sus naturalezas muertas, paisajes, interiores y objetos, y al mismo tiempo les inyecta inconsistencia, irrealidad. El virus de lo mudable trastoca y perturba implacablemente toda credibilidad excesiva en la mostración explícita y unívoca de lo visible, y un velo húmedo hace que toda certidumbre perdurable, aún circunscripta al cobijo de un verosímil congruente, se perciba como una construcciòn ilusoria.

El mundo como archivo, como magnífico teatro de lo existente con su utilería y sus oropeles, se nos exhibe con un ropaje familiar y empático, a mitad de camino entre el realismo lírico y el rapto romántico, pero también todo parece estar a merced de una ley de disolución inminente, como si las formas conllevaran en su propia enunciación una íntima, enigmática desmentida, revelando su condición secreta, su fragil realidad de espejismo.

Lo cercano y reconocible se vuelve simultáneamente extraño y quimérico. El encuadre y el punto de vista simulan garantizar una proximidad y una legibilidad de espacio, ámbito y locación perfectamente accesibles y, por momentos, de una inmediatez casi quirúrgica, y sin embargo palpitan fuera de alcance, como si el eco de la imagen hubiera reemplazado a la imagen misma.

Toda esta indagación en la práctica del eje realidad-apariencia, que Videla asume con integridad monacal, podría considerarse como programa objetivista para un laboratorio donde las categorías de lo referencial y las maneras operativas de la subjetividad son examinadas críticamente. El artista somete a escrutinio tanto la materialidad esencial de sus motivos como la entidad del fenómeno pictórico, en tanto partes inseparables del mismo dilema. Lo notable es que lo hace abandonándose también al puro placer de la pintura, hedonismo que se impregna prolijamente en el espectador como una de las formas de la fascinación.

Eduardo Stupia
Octubre, 2016